miércoles, 24 de julio de 2013

Montaner en su laberinto o el marxismo en el reino de lo indemostrable

Mario Rodríguez Pantoja


Le sucede a cualquiera. Un día disientes con Haroldo Dilla sobre el desastre económico y social de Haití y al siguiente te das cuenta de que sólo vertiste “opiniones escasamente demostrables” porque el tema era “muy subjetivo”; reconoces que tu desencuentro del día anterior con Dilla fue sobre algo de extrema intrascendencia: un estado pasajero de tu mente sin apenas vida fuera de tus opiniones, escasamente demostrables.

Si para Carlos Alberto Montaner “las razones” del desastre haitiano son tan subjetivas que no inspiran “debate memorable”, podríamos preguntarnos si sus apreciaciones sobre las del castrismo merecen mejor destino. Pues no se vería por qué “las razones” de ambas catástrofes no deban conceptuarse como metafísicamente equiparables; es decir, por qué en uno de los casos podría llegarse a un conocimiento fiable y en el otro sólo a opiniones “escasamente demostrables”. De todos modos, ha de reconocerse a Montaner su honradez al restar importancia a lo que haya podido decir sobre ese mar de suertes “diametralmente opuestas” con más de una historia nacional cuyas trayectorias específicas le resultan “difíciles de precisar”.

El tema del marxismo parece harina de otro costal. No es subjetivo y además muy simple; se reduce esencialmente -según Montaner- a dos frases “disparatadas” de Marx: la subversión de la sociedad burguesa por medio de la violencia y la plusvalía como explicación de la ganancia.

Un disparate debería valer lo que una opinión “escasamente demostrable”: nada. Pero en el caso de los disparates marxistas no resulta así, a juzgar por el impresionante número de personas que en el último siglo y medio se ha convertido a esta fe. Gente que no sólo la ha conservado limpia de polvo y paja -piénsese en la voluminosa “cháchara” de “marxismo irreal” que envuelve a estos disparates-, sino que hasta ha conseguido transformar el ubérrimo y disparatado Verbo en organizaciones tangibles de gobierno. Marx no sólo sería el Espíritu Santo de la comunista concepción; sino que simultanearía esta prerrogativa con los oficios del Maligno. Marx es un corruptor de hombres y pueblos, y sus discípulos son homicidas o cómplices de homicidio.

Hasta los disparates más disparatados cobran sentido en el contexto que los produce, pero por algún motivo la racionalidad del marxismo no resulta de interés para su exposición montaneriana. Montaner sólo nos dice que se trata de ocurrencias horrorosas transmitidas sin apenas modificación entre las sucesivas oleadas de discípulos de Marx, y que la susodicha “superstición” fue contada y engullida sin novedad reseñable hasta que se hizo popular en determinados medios intelectuales del imperio zarista, sabrá Dios por qué. Lo más parecido a una explicación que ofrece la narración montaneriana es que tanto los individuos como los regímenes comunistas catalogados en ella son formas metamorfoseadas de un par de estupideces brotadas misteriosamente de una cabeza.

En cuanto a los individuos de la mencionada filiación, ya veíamos que Montaner los describe como gente que incita y practica el homicidio. Pero como ningún individuo nace comunista, ni aun en la versión montaneriana del marxismo, el homicida comunista tiene por fuerza un pasado no comunista, por lo que su comunismo sería fruto de un contagio con ciertos disparates. Antes de hacerse comunista y homicida pudo hasta haber sido amante del género humano. Pero el contacto con ciertas palabras lo transforman en monstruo. Según la lógica montaneriana en todo comunista hay, pues, una víctima de hechicería o encantamiento, o de otro efecto paranormal cualquiera del vocabulario materialista sobre las personas. El Stalin y el Fidel Castro históricos podrían ser meros posesos de acuerdo con la teoría montaneriana de la superstición transmitida; individuos desdichados carentes de voluntad o libre albedrío que, en lugar de repulsa, hubieran merecido la ayuda de un exorcista.

Otra caracterización del individuo comunista que podría ser derivada de los fundamentos montanerianos dividiría a éstos básicamente en dos grupos. Uno de ellos -reducido y selecto- usaría el marxismo a la manera volteriana. El otro -abrumadoramente mayoritario- lo integrarían quienes llegan a creerse el cuento, más cierto número de incrédulos que por razones diversas deciden simular que creen. Con esta suposición comenzaríamos a deslizarnos del individuo a los regímenes, aunque antes de entrar de lleno en el contenido que Montaner les confiere, desearía resaltar que todo el que concordase con que la personalidad comunista se desdobla en los diferentes tipos relacionados más arriba por mí, no podría dar por buena la presunción comunista de un personaje como Fidel Castro sin incurrir en la ingenuidad de muchos de sus súbditos.

Pues bien, del régimen comunista y su credo Montaner asegura más o menos lo siguiente: el marxismo no es como las teorías de Spengler y Ortega porque contiene un programa de transformación social por medio de la violencia. Los sistemas comunistas siempre acaban desplomándose. Las dictaduras comunistas persiguen la abolición de las clases sociales antagónicas. Los sistemas comunistas se proponen la felicidad definitiva por medio de la supresión de la propiedad privada y la consiguiente colectivización de los medios de producción. La sociedad comunista persigue prescindir de jueces y leyes y regirse por los impulsos altruistas del ser humano. Otras fantasías al respecto que me permito recordar a Montaner, salieron del examen marxista de la Comuna de París. Marx aseguraba que los comuneros habían descubierto de manera espontánea la forma política del período de transición al comunismo. Dicha forma era ante todo una demolición consistente más o menos en esto: eliminación del ejército profesional y de la casta militar, eliminación de la policía política, eliminación de los gastos de representación de los funcionarios, reducción drástica del salario de los servidores públicos, etc. Marx aseguraba que esta malograda dictadura proletaria había realizado, mientras existió, la aspiración liberal de Estado mínimo.

¿Qué ocurrió cuando se quiso construir la Rusia soviética? Pues que se llenaron de presos los calabozos de la policía política, que ni el ejército ni las jerarquías ni la alta oficialidad privilegiada desaparecieron con la URSS, que millones de personas fueron asesinadas, que se instituyó el Gulag, el partido único y la tiranía de un caudillo implacable; que se formó una abultada y ruinosa burocracia, que se liquidaron las libertades, que los ciudadanos pasaron a ser súbditos, que se produjeron hambrunas, que se instauró un raquítico tejido empresarial, etc., etc., etc.

Otro modo de expresar exactamente el mismo punto de vista montaneriano sería éste: las intenciones de los comunistas rusos eran buenas (altruismo, supresión de antagonismos, felicidad) pero no llegaron a buen puerto, los regímenes comunistas son la negación de todos los preceptos teóricos de la ciencia socialista (pues en ellos se tortura, se espía, se asesina, se suprime la libertad de la mayoría), el comunismo es irrealizable por principio, el comunismo no ha existido jamás (o al menos el pretendidamente realizador de los “disparates” de Marx). Y lo que no se ha construido no puede desplomarse.

De todos modos, me parece un tanto imprecisa y hasta extravagante la sabiduría de Montaner en materia de comunismo. El ruso en particular -que sería la madre del cordero marxista- no tenía libertades que suprimir. Tal vez Montaner no lo sepa, pero con anterioridad al triunfo bolchevique había una monarquía encabezada por déspotas que emulaban en crueldad con los secretarios generales del PCUS, había campos de trabajo forzado, se vivía de hambruna en hambruna y el tejido empresarial era raquítico por llamarle de alguna manera. La monarquía zarista, además, compartiría formalmente con el estalinismo eso de sostenerse en ideas disparatadas como la del derecho divino de los reyes. Supongo que la escasa información manejada por Montaner será lo que lo habrá llevado a creer que fue en la jerga de Marx y no en el histórico y tangible imperio de los zares donde germinó el semillero de la Rusia soviética, prolongación desarrollada del régimen autocrático del cual brotó. No es mero recurso expresivo el que Zar Rojo sea uno de los apelativos con que se conoce a Stalin.

Por si acaso, adelanto que el régimen castrista tampoco tiene su raíz en un par de párrafos escritos por Marx (en el Manifiesto y una carta a no sé quién) como sugiere Montaner, sino en la evolución de nuestra peculiar República agrario-azucarera, idea ésta que ya esbocé en unas notas sobre el «comunismo de guerra».

Al final de la disertación montaneriana sobre marxismo y dictaduras comunistas nos encontramos de sopetón con que el supuesto fallo insalvable del comunismo sería la incapacidad de éste de adaptarse a la “naturaleza humana”. Desafortunadamente Montaner salta de la mencionada incompatibilidad a hablar sobre liberalismo, dejándonos sin saber siquiera por inferencia si personajes como Bujarin, Sverdlov, Gorki, Escalante, Carpentier u Ochoa compartían también esa “naturaleza” o eran seres de otra galaxia; si era gente enferma o si en realidad mentían diciendo que eran una cosa cuando en realidad llevaban una existencia al margen del raquitismo, la hambruna, la falta de libertad, etc. ¿Se trataba de gente para la cual el marxismo era un grillete colocado al tumulto?

Agrego, para concluir, que como no existen diferencias de principio entre las organizaciones zarista y bolchevique de la sociedad, a la “naturaleza humana” que Montaner y Yakolev atribuyen al ruso habría de reconocérsele una capacidad impresionante de sometimiento al despotismo. La historia de Rusia evidenciaría que un orden de cosas que inhibe con brutalidad a la mencionada “naturaleza” puede ser soportado sin reacción suficientemente enérgica de ésta como para dar al traste con la dominación salvaje. Los motivos de esperanza en torno a la eficacia antiautocrática o antidictatorial de la abstracción montaneriana se reducirían a cero cuando se mirase a la organización social que ha sustituido al “comunismo” soviético, pues tampoco es adecuada para la “naturaleza” del ruso, o al menos así lo pensarían Anna Politkovskaya y Alexánder Litvinienko, y continuarán creyéndolo las rockeras de Pussy Riot o el ex campeón Garry Kaspárov, por sólo mencionar un mínimo de casos. Por su parte, la historia de Cuba también pone de manifiesto que la “naturaleza humana” del montanerismo no es remedio santo contra la esclavización de un pueblo.


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